Aitor Esteban no se esperaba subir a la tribuna tan pronto y se sorprendió cuando la presidenta de la Cámara le concedió la palabra. Primero, sorprendido y de inmediato, mosqueado. Alberto Núñez Feijóo había pasado de responder a la intervención de la portavoz de EH Bildu, con lo que se deducía que pretendía hacerlo a los dos al mismo tiempo. La cosa empezaba tensa entre él y el PNV, quizá la subtrama más interesante de la segunda jornada de la investidura de Feijóo. También estaba la primera votación –con 178 votos en contra y 172 a favor–, pero el resultado ya lo sabía todo el mundo empezando por el candidato.

Esteban se aplicó desde el primer momento a dejar las cosas claras. Afirmar que el PNV ha tratado a Feijóo «con respeto» y claridad desde el verano. No ha jugado a poner precio a un hipotético apoyo ni a marear con mensajes contradictorios. Fue un ‘no’ desde el primer momento. En su discurso, desactivó la ficción en la que se ha movido la derecha esta semana. El trampantojo consistía en sostener que Feijóo habría podido ser presidente si hubiera concedido a Junts lo que pedía, por la amnistía y el referéndum, cuando esa opción nunca existió.

De haberse producido, evidentemente Vox hubiera retirado su apoyo a Feijóo. «El PP no puede pretender hacer creer ni al PNV ni a la opinión pública que Vox no está en la ecuación», explicó Esteban. Ahí fue donde apareció un animal de varias toneladas en el argumento: «Hay una ballena en la piscina. Los 33 votos de Vox son imprescindibles (para Feijóo). Además, esos 33 votos seguirían siendo imprescindibles durante la legislatura. La ballena tiene un tamaño imposible de esconder».

Si ya es complicado ocultar al elefante en la habitación –la expresión más citada para estos casos–, cómo será lo de la ballena.

Feijóo ya había renunciado a conseguir el apoyo del PNV. Lo que sí quería hacer era castigar a ese partido por la negativa, además de cobrarse una venganza en diferido por lo que hicieron los nacionalistas en la moción de censura que expulsó del poder a Rajoy en 2018. Ahí fue donde el debate comenzó a ponerse interesante.

El que fue presidente de la Xunta durante doce años siempre ha presumido de que conoce bien al PNV y de tener buenas relaciones personales con sus dirigentes. Si eso es cierto, que puede serlo, sorprende que su lectura de la política vasca esté desconectada de la realidad. Quizá él mismo no se la crea, pero sabe que su partido podría salir beneficiado.

Su premisa es que el apoyo al Gobierno de Pedro Sánchez le está pasando factura en Euskadi al PNV. En las dos citas electorales de este año, ha sufrido una hemorragia de votos que le ha dejado en un estado de perplejidad que no sentía desde los tres años y medio que pasó en la oposición durante el Gobierno de Patxi López entre 2009 y 2012. Perdió un escaño en Bizkaia, lo nunca visto, y quedó por detrás del PSOE en toda Euskadi y sólo con mil votos más que Bildu.

Quizá sea exagerado pensar que los burukides se han encerrado en los batzokis para ahogar las penas con un trasiego constante de botellas y sin tener claro qué está pasando. Pero son difíciles de entender declaraciones como las de Iñigo Urkullu hace unos días en el Alderdi Eguna quejándose del alto número de huelgas, como si fuera un empresario reaccionario. «¡Ya está bien de crear un malestar artificial!», dijo enfurecido el habitualmente sobrio lehendakari.

La sanidad pública, auténtica joya de la corona vasca, no ha sobrevivido muy bien a la pandemia y eso ha dañado la imagen de gestión que concedía al PNV una ración extra de votos. Ha ocurrido lo mismo en otras comunidades autónomas sin causar desgaste al Partido Popular en uno de esos enigmas de la sociología electoral, pero en Euskadi esas listas de espera han tenido consecuencias políticas.

La versión oficial del partido por boca de su presidente, Andoni Ortuzar, es que sus votantes decepcionados se han refugiado en la abstención y que no han huido a otros partidos. Es una forma de consolarse, no de entender la realidad. El PNV tiene previsto volver a presentar a Urkullu a las elecciones de 2024. Su figura da muestras de desgaste tras casi once años en Ajuria Enea, pero no parece que el partido cuente con un relevo por el que merezca la pena apostar.

Frente a la idea de que las razones de la pérdida de votos del PNV están en Euskadi –a lo que hay que sumar el ascenso de EH Bildu, muy beneficiada por dar prioridad a los derechos sociales sobre las aspiraciones nacionalistas–, Feijóo sueña con pensar que están en Madrid, y de ahí la referencia al alto precio por el apoyo a Sánchez.

«Buena parte de su base social es la nuestra», se atrevió a decir el líder del PP el miércoles. Escuchó risas en el hemiciclo e insistió: «No se rían».

Suena osado, aunque hay una cierta base en su afirmación. En el pasado, el PNV ha recibido votos en las elecciones autonómicas que en otros comicios podían volver al PSOE o al PP. Sin embargo, el título de propiedad que alega Feijóo es muy discutible.

El PP ha sufrido un hundimiento electoral en Euskadi desde la desaparición de ETA que en realidad empezó años atrás. Desde los 326.933 votos en las autonómicas de 2001, fue cayendo en picado pasando por los 146.148 en 2009 y 107.771 en 2016. Tocó fondo cuando Pablo Casado tuvo la idea de resucitar a Carlos Iturgaiz y el PP se dio de bruces contra el suelo con 60.299 votos en 2020. 

Muchos votantes vascos del PP lo tuvieron claro. El principal freno a la izquierda abertzale era el PNV. Sólo Bildu podía poner en peligro la hegemonía del partido de Urkullu en la política vasca. 

Las elecciones generales de julio le han concedido un cierto efecto rebote: 131.789 votos, en la línea de los que sacó en las autonómicas de 2012.

Feijóo relacionó los problemas del PNV con lo que ha ocurrido en Madrid. Llama la atención que un antiguo dirigente periférico se sume al pensamiento único que dicta que lo único que importa es lo que sucede dentro de la M30. «El blanqueamiento de Bildu (por Sánchez y los socialistas) tiene un objetivo. El de sustituirles a ustedes», le dijo a Esteban.

¿Por qué no suena nuevo ese augurio? Porque es lo que decían Pablo Casado y la derecha mediática en 2020. «Bildu rentabiliza el blanqueo de Sánchez», afirmaron entonces para explicar el ascenso de EH Bildu. Si el PSOE tuviera ese objetivo, se habría mostrado abierto a pactar con la coalición que dirige Arnaldo Otegi. No ocurrió ese año ni parece que vaya a ocurrir en 2024 incluso si Bildu supera en votos al PNV. No podría gobernar con la oposición del PNV, el PSOE y el PP.

Feijóo cumplió con lo que su partido esperaba de él al enfrentarse por razones diferentes al PNV y, con especial dureza, a Bildu. El líder del PP suscribió por completo el mensaje habitual en el Sector Txapote del partido, por el que ETA sigue existiendo o bien Bildu es lo mismo que ETA. «Ustedes hablan de derechos de los trabajadores. ¿Ustedes a cuántos trabajadores se cargaron?», dijo al grupo de Bildu.

Dos de sus seis diputados se manifestaron en la calle contra ETA. Un tercero abandonó durante casi veinte años las listas electorales de la izquierda abertzale por los asesinatos de concejales del PP y el PSOE y sólo volvió a ser candidato con el fin de la violencia terrorista.

Es indudable que tanto Oskar Matute como Jon Iñarritu arriesgaron más en la lucha contra ETA que Feijóo, que dedicó esos años a ascender escalones en la Administración gallega con la ayuda de buenos padrinos.

Bildu como coalición sólo pudo existir después del fin de ETA. Ese hecho indudable no interesa al PP. Con minucias para ese ala dura del partido a la que invocar el nombre de un terrorista para ganar unos votos era una táctica de marketing imbatible. Esta semana, la presidenta de Baleares enseñó en la Asamblea una foto de Josu Ternera con el fin de criticar a los socialistas.

Feijóo volverá a salir derrotado el viernes en la segunda votación de la investidura. Sí ha conseguido estos días obtener un botín precioso. Ha reforzado su posición en el partido y no prevé sustos internos en los próximos meses. Hasta Cayetana Álvarez de Toledo lo elogió por sus discursos. Tocará cerrar filas frente a las negociaciones de Sánchez para formar Gobierno. Si Feijóo es tan duro como el Sector Txapote y Díaz Ayuso, seguro que le aceptarán con la esperanza de que estemos ante una legislatura corta.

Al final del pleno y antes de la votación, Feijóo se fue directo a los escaños del PNV para tener unas palabras con gesto distendido y todos echaron unas risas. El gallego parecía decir a los vascos que no había nada personal en esos ataques. Mientras tanto, la ballena había abandonado la piscina y se paseaba por los escaños. Todo el mundo pudo verla.



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