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Sánchez se prepara para una ofensiva con la que tejer alianzas políticas y sociales ante un pacto de legislatura, que no de investidura



Que el PP y Alberto Núñez Feijóo parecen más empeñados en impedir la investidura de Pedro Sánchez que en hacer posible la suya propia es algo que salta a la vista. Tanto es así que el candidato popular ha interiorizado ya la derrota parlamentaria del próximo 27 de septiembre en el Congreso de los Diputados y que, además, ofrece a todas luces síntomas de agotamiento ante un calendario que se le ha hecho demasiado largo.

La pregunta que sobrevuela en los cenáculos madrileños afecta directamente al jefe del Estado sobre si se equivocó al proponer como candidato a la presidencia del Gobierno a alguien que no contaba de antemano con los apoyos necesarios. Ahora, el fracaso no será sólo de Feijóo, sino también de Felipe VI por no dar más tiempo a la búsqueda de apoyos para una mayoría suficiente y ampliar las ronda de consultas con los partidos en lugar de precipitarse a sabiendas hacia el abismo al que le arrastraron los populares. 

En democracia, los tiempos son tan importantes como los contenidos, y el de Feijóo parece convertido en una especie de sainete en el que no sólo echa tierra sobre su propio relato de ganador de las elecciones al asumir preventivamente el rol de oposición, sino que además resta todo el sentido al marco parlamentario, que es en el que la Constitución mandata que se dirima la elección de un presidente de Gobierno.  

Es por eso por lo que el PSOE se propuso desde el principio respetar los tiempos constitucionales, no alterar el calendario para que éste fuera, como corresponde institucionalmente, el tiempo de Feijóo y no entrar en un cruce de declaraciones sobre una posible amnistía, que es el asunto sobre el que pivota la negociación con el independentismo. Estrategia que en el ámbito socialista admiten, por cierto, que dinamitó la vicepresidenta en funciones Yolanda Díaz con su viaje a Bruselas para entrevistarse con Puigdemont y la conferencia del ex president de la Generalitat en la que marcó las líneas por las que debía discurrir el diálogo con los socialistas para lograr el apoyo de Junts a una posible investidura de Pedro Sánchez.

A partir de ese momento, todo entró en ebullición: la inflamación de la derecha mediática, los espasmos declarativos de Aznar, las calculadas declaraciones de Felipe González o Alfonso Guerra, las llamadas a la rebelión cívica contra un gobierno no constituido y la insoportable levedad de un Feijóo increíblemente menguante, que convoca presionado por el ala más ultra de su partido una manifestación, y ni siquiera se atreve a llamarla por su nombre. 

A todo ello se sumaba esta semana la decisión, inoportuna o no, de la Comisión Ejecutiva Federal del PSOE de expulsar definitivamente del partido al socialista vasco Nicolás Redondo Terreros por “reiterado menosprecio” a las siglas en las que militaba. El hijo del histórico sindicalista hacía, no semanas ni meses sino años, que flirteaba con el PP y alimentaba declaraciones contra Sánchez, el PSOE, el gobierno de coalición y últimamente contra la hipotética amnistía, a los medios de la derecha. Hacía dos años que se le había abierto otro expediente, junto a Joaquín Leguina, por participar en un acto en apoyo de Ayuso en las elecciones madrileñas de 2021. Entonces se expulsó al presidente madrileño, pero a Redondo se le archivó la causa disciplinaria por pedir disculpas en el trámite de alegaciones. 

Los que están y los que estuvieron no hace tanto en la responsabilidad orgánica del PSOE saben bien que Redondo pululaba desde hace mucho en la órbita del PP y que su expulsión era “una decisión pospuesta en el tiempo por diferentes direcciones federales”, según recuerdan fuentes socialistas. Algo que no ha impedido que algunos ex dirigentes hayan salido a la palestra para cargar contra Sánchez y acusarle de amordazar a la disidencia, como si las voces más críticas del PSOE no piaran mañana, tarde y noche por las principales emisoras de radio y televisión con libertad absoluta.

Más allá de la hiperventilación de los guardianes de las esencias, Sánchez no sólo mantiene su hoja de ruta y la prudencia que imponen los tiempos institucionales, sino que se ha propuesto no entrar en el bucle declarativo de la derecha para ser, según sus propias palabras, “respetuosos con los plazos de la democracia, que también importan”.  Lo contrario, considera, es “nocivo para toda la sociedad porque España tiene cosas importantes y urgentes que resolver y no tiene por qué perder el tiempo caprichosamente”, afirmó este viernes en alusión a la estrategia de Feijóo.

No hay plan B

El presidente en funciones, que no maneja un plan B como sostienen algunos, sigue empeñado en que si no prospera la investidura de Feijóo, como él mismo da por descontado, y si recibe el encargo del rey se dedicará “en cuerpo y alma” a lograr una “investidura auténtica, y no perder tiempo en gestos vacíos”.

Será en ese momento, y no antes, cuando Sánchez entre en escena para dialogar con el resto de fuerzas políticas, pero también con la sociedad civil para tejer alianzas y “poner en marcha un proyecto político en positivo”. De hecho, prepara ya al PSOE para una ofensiva política y social para un pacto de legislatura, que no de investidura, que ante la CEOE este viernes explicitó del siguiente modo: “Un proyecto de progreso y de convivencia, que garantice la estabilidad del país y que sea plenamente coherente con la letra y el espíritu de la Constitución Española. Un proyecto conciliador, basado en la ciencia y en los valores, las necesidades y las aspiraciones de la mayoría social. Un proyecto que mirará a los próximos meses, pero también a las próximas décadas, y que las unirá en una estrategia coherente que ha sido avalada por académicos, por la Comisión Europea y, más recientemente, por las urnas. Un verdadero proyecto para que España siga avanzando y no retroceda a tiempos oscuros”. 

El acuerdo en el que se trabajará con el independentismo no será, advierten en Ferraz, para ganar una investidura sino para “un gobierno estable que dure cuatro años”. Y que nadie piense, matizan, “en un trágala, sino en un pacto con cesiones de ambas partes y un acuerdo digerible para todos los españoles” dentro del marco constitucional. “¿Alguien cree que un gobierno puede hacer algo que esté fuera de la Constitución”, se preguntan en la fontanería socialista.

Pese a todo, son conscientes de que lo peor de la presión por parte de la derecha política y mediática está por llegar “porque tendrán que galvanizar la frustración de no ser gobierno”, asegura uno de los principales barones del socialismo. Nadie piensa, no obstante, en un escenario de repetición electoral. Al menos, no es así entre quienes están en los entresijos de la estrategia socialista.

Zapatero, silente pero no ausente

Más bien están convencidos de que habrá gobierno, que las posiciones de máximos se irán rebajando y que Sánchez, como hizo tras la concesión de los indultos a los líderes del procés, explicará a los españoles el acuerdo que se alcance, su contenido, los detalles y el objetivo que persigue. El presidente protagonizará una especie de road show para explicar su estrategia de país en diferentes ámbitos para tejer complicidades ante una apuesta que los suyos creen “garantizará la convivencia y la estabilidad del país durante las próximas décadas”.

Será en ese momento cuando el PSOE se despliegue también por el territorio y por los diferentes medios de comunicación para esa labor pedagógica que ya se diseña y en la que entrarán en acción otros referentes del socialismo aún hoy silentes, como será el caso del ex presidente Zapatero, quien a diferencia de quienes ahora se rasgan las vestiduras en nombre del PSOE,  se dejó la piel en la campaña del 23J. El que fuera jefe de Gobierno entre 2004-2011 es de los que prefieren también respetar los tiempos y hablar a su debido tiempo. Pero ni está parado ni está ausente. Y, cómo él, otros muchos.



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