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Quién es Tucker Carlson y por qué apareció en la protesta en Madrid junto a Santiago Abascal


Cuando Fox News echó en abril a Tucker Carlson, el presentador de su programa con más audiencia, no dio una explicación oficial. Sucedió después de que la cadena se viera obligada a pagar más de 787 millones de dólares (unos 725 millones de euros) a una empresa de máquinas de recuento de votos, Dominion, por las acusaciones falsas a sabiendas de que habían alterado el resultado electoral. Carlson, uno de los promotores de las mentiras, había dejado por escrito en emails y otros mensajes que no creía los inventos de Trump y su equipo. En privado, decía que el abogado de Trump “mentía” sobre el fraude electoral, aunque luego parecía darle crédito en antena.

No había motivo oficial para su marcha “acordada”, pero la lista de ofensas del agitador más célebre de Fox News es larga, también dentro de la casa. Esos mismos mensajes por el caso de Dominion revelaron insultos contra otros presentadores de la cadena. Colegas, productores e incluso jefes describen la misoginia, antisemitismo y acoso en distintas formas de Carlson, con varias denuncias incluidas que han costado millones a la cadena. Durante años, Carlson citaba como protector a Lachlan Murdoch, el hijo del propietario, Rupert, y su sucesor. Pero, según Brian Stelter, periodista especializado en medios y autor de un libro de investigación sobre Fox News, fue Lachlan Murdoch quien tomó la decisión de despedir al presentador del show de opinión y entretenimiento que tenía éxito de audiencia pero era evitado desde hacía años por los grandes anunciantes. Tras la marcha de Carlson, los anunciantes han vuelto a la franja horaria en la que no querían estar.

El programa de Carlson era una mezcla de sus comentarios y entrevistas a los personajes más excéntricos de la política y la cultura estadounidense. La lista de provocaciones, mentiras y ataques es larga y variada.

En el mundo que pintaba su programa, el FBI está en una conspiración para acabar con la Navidad, la ciudad de Washington es tan violenta como una guerra civil, hay un movimiento organizado para reemplazar el electorado de Estados Unidos por “votantes del tercer mundo más obedientes” y —uno de sus clásicos— una especie de rayos ultravioleta en los testículos son el remedio a la baja natalidad. Muchos de sus comentarios eran chascarrillos más que alta política, pero no perdía de vista asuntos de fondo que más repetía, como la teoría racista del “reemplazo”, los ataques a la inmigración que hace a Estados Unidos “más pobre y más sucio”, el apoyo al asalto al Capitolio de “manifestantes pacíficos” y la defensa al menos en antena de casi todo lo que viniera de Trump y a menudo de su percibido aliado, Vladímir Putin (para regocijo de los medios estatales rusos). En sus palabras, el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, es “como una rata” que persigue a los “cristianos” y los ataques rusos son obra de ucranianos; el socialismo puede producir “fealdad” y la lucha contra el cambio climático es parte de una amplia conspiración “globalista” y/o obra del filántropo George Soros. 


Anti-sistema

Los comentaristas con aire de tele-predicador son habituales en Estados Unidos, pero Carlson tenía la plataforma de una enorme corporación y entendió la manera para cautivar a su audiencia con mensajes contra la supuesta élite de demócratas que domina el país con una mezcla de inventos y retórica anti-políticos y anti-corporaciones diferente del conservadurismo clásico. 

“La clave para entender los programas de Tucker Carlson no era la ideología, era la sospecha”, escribía el columnista del New York Times Ross Douthat en abril. “La nueva (y especialmente joven) derecha se define por la política de la sospecha; una profunda desconfianza en todas las instituciones; comodidad con las ideas outsiders y teorías de la conspiración;  hostilidad hacia las declaraciones oficiales y las alianzas público-privadas; escepticismo sobre el imperio estadounidense y un pesimismo sobre el futuro de Estados Unidos, que solía ser más territorio de la izquierda”. 

Carlson, californiano de 54 años, no es producto de un mundo alternativo o alejado del sistema que él identifica como poderoso y supuestamente combate. Nació en San Francisco y siguió los pasos de su padre, periodista y diplomático, con un interés desde joven en las publicaciones conservadoras y ya establecidas. Ha trabajado la mayor parte de su carrera para grandes corporaciones, como CNN, MSNBC y Fox News. Carlson incluso pasó unos meses por la televisión pública, PBS.

En CNN, hace dos décadas, era una de las estrellas en un programa llamado Crossfire que escenificaba un enfrentamiento entre un conservador y un progresista y que se suele señalar como origen de los males de la televisión de noticias 24 horas, con la mezcla de información y entretenimiento y la construcción de conflictos a menudo artificiales y con retórica exagerada. 

Trabajó en Fox News desde 2009 hasta su despido en abril de este año. En Fox News, cobraba 20 millones de dólares al año

La base republicana

Durante años de enfrentamientos con sus colegas y polémicas por sus excentricidades, Carlson se alzaba como supuesta voz de la base republicana.

Algunos argumentan que su éxito también tenía más que ver con la franja horaria privilegiada de las ocho de la tarde en Fox News, la cadena de cable más vista en Estados Unidos, pero también con una audiencia cada vez más reducida, como la de todas las televisiones. Pero es cierto que su audiencia, masculina, envejecida y republicana, coincide con el perfil habitual de los republicanos que más votan en las primarias del partido. Carlson alentaba su imagen de poder, a menudo rodeado de un equipo de hombres fieles.

“Se creía que Carlson tenía un poder hipnótico al estilo de Trump sobre la base republicana. Se creía que era irremplazable. Pero esa impresión era, en gran parte, una creación de Carlson”, escribe Stelter, autor del libro de investigación recién publicado sobre Fox News Network of Lies. “En verdad, Carlson había alienado a tanta gente, instigado tantos escándalos internos y externos, avivado tantas llamas de horrores, que su despido era inevitable”. 

La audiencia X

A Carlson siempre le ha interesado la audiencia más que la causa. En sus mensajes privados, criticaba a Trump, pero parecía servirle bien a sus fines. En sus programas, siempre tenía un ojo más allá de los políticos: invitaba a su programa a un “Spider-Man” a hablar de sus escaladas para protestar contra el derecho al aborto o una participante de concursos de solteros para comentar la supuesta escasez de alimentos por la guerra de Ucrania.

Especialmente en los últimos años, ha demostrado que ninguna sospecha de conspiración le es ajena, sea sobre el asesinato del presidente John F. Kennedy, los atentados del 11S, las vacunas o los extraterrestres. Sigue probando con el mismo tipo de contenido en su emisión en X (antes Twitter), si bien el espacio que ocupa en la opinión pública de Estados Unidos se ha reducido y es difícil conocer su impacto con las métricas de la red propiedad de Elon Musk.

Desde que está en X, sus intentos de captar la atención que ya no le ofrece la plataforma de Fox News han pasado por momentos como darle voz a un hombre condenado por fraude y que asegura haberse drogado y haber tenido relaciones sexuales con el expresidente Barack Obama. El hombre lleva décadas repitiendo varias historias desmentidas, pero Carlson le sigue dando espacio.

El comentarista intenta llamar la atención en X a base de golpes de efecto, como la entrevista con Trump a la misma hora del primer debate republicano en agosto y al que el candidato decidió no acudir. Parte de la estrategia de Carlson para mantener la audiencia es irse todavía más a la derecha, especialmente ahora que Musk promociona voces extremas en su plataforma.

De Milei a Abascal

La aparición este lunes de Carlson en Madrid junto a Santiago Abascal, el líder de Vox con quien comparte eslóganes contra la migración, el feminismo o la lucha contra el cambio climático, encaja con la estrategia reciente del agitador estadounidense de apelar a la base más radical de otros países.

Su reciente conversación en Buenos Aires con Javier Milei, el candidato a las presidenciales argentinas, es otro de los ejemplos. En la charla, Carlson le presenta como un héroe contra adversarios “socialistas”, desde las feministas al papa Francisco, y comenta si el socialismo produce fealdad. Su cercanía ideológica a los más extremos ya le ha llevado a acercarse a Jair Bolsonaro en Brasil, Nayib Bukele en El Salvador y, especialmente, Viktor Orbán, en Hungría, sobre el que hizo un pseudo documental presentando una visión idealizada del país. La Hungría de Orbán ha sido su obsesión particular. En 2021, hizo un programa especial desde Budapest y dio un discurso.

El efecto de alguien como Carlson en países donde apenas se le conoce y que a menudo no son angloparlantes parece de momento escaso, como se mostró en Argentina pese a las visualizaciones que tuvo su conversación en el mercado global de X. 

En algunos de los países que visita, el mensaje de Carlson funciona también por las críticas a su propio país.

“El odio a las instituciones de Estados Unidos, y a muchos estadounidenses, es el punto de partida de muchas de sus arengas”, escribía hace unas semanas la historiadora Anne Applebaum en un artículo en The Atlantic sobre los contactos de Carlson con líderes autoritarios. “Cuando Carlson habla en nombre de Viktor Orbán o Vladímir Putin, sus palabras se repiten en Hungría y Rusia, donde tienen eco: ‘mirad, un periodista americano famoso que nos apoya’… Sus palabras también circulan en la cámara de eco de la extrema derecha estadounidense, donde algunas veces son repetidas por los candidatos presidenciales republicanos”.



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