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¿Qué futuro le espera a Ciudadanos?

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¿Qué futuro le espera a Ciudadanos?

¿Qué futuro le espera a Ciudadanos?

En una realidad paralela, Albert Rivera sería hoy presidente del gobierno, el más joven de la historia, el primero de un partido alternativo al PSOE y al PP desde 1982. Esto, si Mariano Rajoy hubiera convocado elecciones en junio de 2018, cuando Margarita Robles registró una moción de censura en nombre de Pedro Sánchez, que entonces no era ni siquiera diputado.

Quien encabezaba entonces los sondeos, con cierta comodidad y tendencia ascendente, era Ciudadanos, un partido muy joven, que se había presentado por primera vez en Cataluña en 2006. Entonces, el futuro aún era prometedor para la carrera de Rivera, el perfil hecho a medida de orador y presunto obrador del reformismo español. No pudo ser: Rajoy no convocó elecciones – por temor a que ganara Rivera, entre más razones- y Sánchez fue presidente de la noche al día, sin esperarlo.

En otra realidad paralela, Albert Rivera sería hoy vicepresidente del gobierno en el primer gobierno de coalición de la España postdictadura, a raíz del pacto «reformista y de progreso» que PSOE y Ciudadanos firmaron tras las elecciones del 2016.

Pero tampoco pudo ser: 46 escaños por debajo de la mayoría absoluta, la investidura fracasó, y un Rivera confiado y propulsado por los sondeos y por la disputa interna por el liderazgo del PP se fue alejando de los socialistas y del reformismo centrista al que hasta entonces había dicho que pertenecía.

Se alejó tanto, de hecho, que dos años más tarde votó contra la moción de censura a Rajoy. Y en febrero de 2019 mostró el alejamiento definitivo del centrismo que predicaba manifestándose en la plaza de Colón de Madrid, con el PP y la extrema derecha de Vox, contra la mesa de diálogo con Junts y ERC. Rivera dijo entonces que Sánchez se situaba fuera del constitucionalismo, y comenzó a abonar el relato de la ilegitimidad del gobierno socialista.

Y aún hay más, de realidades paralelas donde Ciudadanos sería ahora en su momento más dulce. En 2017, Inés Arrimadas flirteó con la idea de ser presidenta de la Generalitat si, a raíz del 155, los partidos independentistas no se presentaban a las elecciones o si perdían la mayoría absoluta en escaños.

Y el partido de la calabaza estuvo a punto de cazar la presidencia de Andalucía, en 2018, y de la Comunidad de Madrid, el año siguiente. El batacazo de Susana Díaz facilitaba por primera vez un gobierno andaluz sin el PSOE, pero el PP también había perdido fuerza escaños y Ciudadanos, en cambio, había subido como la espuma, y trató de convencer al PP que eran ellos quienes debían presidir el cambio. No los convencieron. Y de manera similar, el escándalo de Cristina Cifuentes hizo perder 18 escaños al PP madrileño que estrenaba Isabel Díaz Ayuso. Ciudadanos quedó mano a mano, y usaron el mismo argumento. Pero tampoco funcionó.

La confusión y un batacazo tras otro

De todo este sueño de abundancia y poder, lo que queda es un montón de ceniza, una profunda crisis interna, gallineros de parlamentos y sondeos con previsiones demoledoras. Y buena parte de la confusión que ha desdibujado el partido, si tuvo nunca una forma clara, comenzó en Colón.

El giro estético de Ciudadanos con la presencia de Rivera a la manifestación fue de la mano con el auge de Vox, en ese momento sin representación en el congreso, y con el endurecimiento de la retórica del PP, que acababa de entronizar Pablo Casado como nuevo presidente. Y poco a poco, el componente de las tres formaciones fue perdiendo matices.

Las elecciones de abril de 2019, dos meses más tarde, dividieron la derecha en tres bloques: el PP, malherido, debilitadísimo, continuaba encabezando el bloque con 66 escaños, pero tenía a Ciudadanos tocándolo, con 57 escaños, y Vox entró con fuerza con 24 escaños. Pero las desavenencias entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias forzaron una repetición electoral, y eso fue demoledor para Rivera.

En noviembre, Vox le tomó el lugar y subió hasta los 57 escaños. Y, como el PP también recuperó posiciones con 89 escaños, Ciudadanos cayó en la humillación. Diez escaños, tan sólo diez, por debajo de los trece de ERC. La forma en la que había quedado reducido Ciudadanos era demasiado pequeña para que Rivera se escondiera detrás, y tuvo que dimitir.

Su sustituta, Inés Arrimadas, ha tratado de revertir la estrategia de Rivera y distinguirse de PP y Vox a base de forzar un aparente regreso hacia el centro. El primer paso, apoyar la prórroga del estado de alarma (presumiendo entonces, a cambio de aplazar sine die la mesa de diálogo con los partidos independentistas). El acercamiento al gobierno dejaba atrás la hostilidad y el relato de la ilegitimidad, y esto originó un sismo en el partido, con las bajas de históricos como Juan Carlos Girauta y Carina Mejías.

Pero el efecto por el nombramiento de Salvador Illa como candidato socialista en Cataluña devolvió a los socialistas el favor mediático de una candidatura unionista ganadora. Y la trayectoria incendiaria de la marca del partido en Cataluña había quedado absorbida por un Vox en plena efervescencia, lo que terminó de embarrar el partido en un revoltijo que lo desnudó de sentido.

Ciudadanos cayó por un precipicio histórico: de 36 diputados, en 2017, a 6, superados por todos los partidos (incluyendo la CUP, En Comú Podem y Vox) y sólo por encima del PP. Pasó de tener 1.109.732 votos (un 25,36%) a 157.903 (un 5,57%). Y Arrimadas, acorralada entre el regusto repetitivo de derrota, el estancamiento en los sondeos y las presiones del bloque de su partido más descontento con su gestión, ha probado estos últimos días otra maniobra arriesgada que tampoco ha terminado de salir bien. El objetivo: reavivar el partido con una moción de censura en Murcia, junto al PSOE, para arrebatar al PP la presidencia de Murcia, que ha acabado con un fracaso estrepitoso, con tres tránsfugas de Ciudadanos.

El agujero negro: un partido a la deriva sin el apoyo de los poderes fácticos

No habrá moción en Murcia y, en cambio, en Madrid Ayuso ha expulsado a los consejeros calabaza del gobierno, y varios sondeos auguran una victoria sólida del PP con un Ciudadanos tan barquillo que pasaría de 26 escaños a ni siquiera entrar en la cámara. Pero las consecuencias en la batallita interna del partido aún han sido más agrias. Estos últimos días ha habido una sangría de cargos que han huido al PP o que se han retirado de la política por discrepancias con Arrimadas. Fran Hervías, uno de los últimos hombres de Rivera, que ha ido acusando a Arrimadas de haber convertido Ciudadanos en «la muleta del sanchismo», y ha fichado por el PP. Ayer, Toni Cantó, dejó el partido y pidió que sumara con el PP en Madrid. De momento, Arrimadas ha intentado contener el fuego añadiendo los críticos en la ejecutiva, pero la bronca difícilmente se acabará aquí.

Ciudadanos: historia del ascenso y catástrofe

Uno de los fundadores del partido, el periodista Arcadi Espada, escribió el sábado un artículo en el que pedía la disolución del partido dada «la pulsión de muerte» de Arrimadas.

El artículo de Espada puede ser una pista del final que le espera a un partido a la deriva que ha perdido el apoyo de los poderes fácticos, después de unos años en los que el proyecto de Albert Rivera se fue hinchando los medios y las encuestas, en medio de una operación de estado contra el independentismo, para hacer el trabajo de un PSC perdido y un PP que ya era marginal en Cataluña durante los años del procés. Y todo ello, en una década, más o menos.

Como un actor que aparece en una serie para rellenar puntualmente una trama y, cuando los guionistas lo deciden, de repente, en un capítulo, ya no vuelve más, y sólo queda la huella que ha impreso al resto de personajes, más o menos conmocionados, más o menos desplazados tras el paso de una estrella fugaz.

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