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“Es el fin de las armas nucleares o nuestro fin”


Faltan 90 segundos para que el llamado Reloj del Apocalipsis dé la medianoche. El reloj del Boletín de Científicos Atómicos de la Universidad de Chicago, que mide el riesgo de amenaza nuclear −siendo la medianoche la guerra nuclear−, nunca había estado tan cerca de las 00:00, explica el médico y activista costarricense Carlos Umaña. El año pasado se situó a 100 segundos, pero el conflicto actual en Ucrania y la posibilidad de una detonación accidental hace que la aguja marque una hora sin precedentes. Ni siquiera durante la Guerra Fría llegó hasta donde está hoy.

Umaña recibió el premio Nobel de la Paz en 2017 junto con la Campaña Internacional para la Abolición de las Armas Nucleares (ICAN, por sus siglas en inglés) por “generar conciencia de las consecuencias humanitarias de las armas nucleares y por sus esfuerzos en conseguir una prohibición de dichas armas”.

Su interés por el desarme nuclear y por la concienciación de las consecuencias de este tipo de armamento fue la evolución natural de su activismo médico: “Uno quiere prevenir lo que no se puede curar, los que nos ha tocado curar a personas con enfermedades crónicas sabemos que en una catástrofe de este tipo la cantidad de heridos y lesiones sería algo irreparable”.

No solo se remite a lo que hay que prevenir, también habla de esperanza y de lo que se puede conseguir, de cómo el movimiento crece y de la gente que ha ido conociendo. Del empoderamiento de la sociedad civil. “El empoderamiento ciudadano ahora tiene una cara”, dice Umaña en referencia a la Alianza por el Desarme Nuclear, que celebró el pasado 23 de mayo el acto “Educación para la paz y por el desarme nuclear” en el Ateneo de Madrid, su primer evento público. La iniciativa, promovida en septiembre de 2021 por la Asociación Española de Investigación para la Paz, el Centre Delàs d´Estudis per la Pau y la Liga Internacional de Mujeres por la Paz y la Libertad, nace con el objetivo de concienciar a la sociedad española y de lograr la adhesión de España al Tratado de Prohibición de Armas Nucleares (TPAN).

En este contexto, Carlos Umaña, miembro directivo de la ICAN y copresidente de la Asociación Internacional de Médicos para la Prevención de la Guerra Nuclear, habla con elDiario.es sobre la situación de las armas nucleares en el mundo y la presentación de la Alianza por el Desarme Nuclear en Madrid.



¿Nos encontramos en el momento más próximo a una guerra nuclear?

Sí, ya son varios los expertos que concuerdan en que el riesgo actual es más alto que nunca, un riesgo multifactorial. Y cuando hablamos de riesgo hablamos no solamente de la probabilidad, sino del impacto que tendría dicho evento si llega a ocurrir. Una de las mediciones más famosas es el reloj del Apocalipsis del Boletín de Científicos Atómicos. Este año está a menos 90 segundos, es decir, 90 segundos hacia la medianoche, siendo la medianoche la guerra nuclear, la destrucción de la humanidad en manos humanas. Muchos expertos aseveran que deberían ser incluso menos −el año pasado eran 100 segundos−, que la manecilla tenía que haberse corrido todavía más por el riesgo tan importante en el que estamos. Y hay un componente también que se sale de la toma de decisiones actual, un componente accidental, que está fuera de control y que crece cuando hay una guerra.

De las más de 12.700 ojivas nucleares que hay, 2.000 están en estado de alerta máxima y estas están listas para ser detonadas en minutos. Quienes toman la decisión de detonarla están viendo los sistemas de alerta máxima y estos sistemas son los que dicen si viene un ataque nuclear o no y se tienen que usar las armas nucleares antes de que venga dicho ataque para que no se destruya el arsenal. Estos sistemas se han equivocado muchísimas veces y han generado falsas alarmas. Y las personas que están detrás de estos sistemas tienen que interpretar esas alarmas como falsas o verídicas. Tienen que utilizar el contexto actual, todo su bagaje y todas sus emociones como personas para recomendar si se lanza o no un ataque nuclear. Y si estamos en un contexto de una guerra donde ya se han hecho varias amenazas explícitas, aumenta el riesgo de malos cálculos y de malas interpretaciones. Así lo dijo el propio secretario general de la ONU António Guterres el año pasado: “Estamos a un mal cálculo o una mala interpretación de una aniquilación nuclear”. El riesgo actualmente es altísimo.

¿Qué consecuencias tendría un conflicto nuclear?

Sería un apocalipsis. Estamos hablando de un uso masivo de armas nucleares. Se detonarían principalmente en el hemisferio norte y habría un gran intercambio especialmente entre Estados Unidos y Rusia. Sin embargo, la radiación se esparciría globalmente, también los escombros y el hollín de todas esas explosiones subirían a la estratosfera, generando una capa que no se puede limpiar con las precipitaciones y que taparía la luz solar, disminuyendo la temperatura en un promedio de 25 grados centígrados a nivel mundial.

Se generaría un invierno nuclear. No hay muchas cadenas alimenticias ni ecosistemas que puedan sobrevivir tiempos prolongados sin sol y con un cambio de temperatura tan extrema. Significaría la muerte y la extinción de muchísimas especies, de muchísimos ecosistemas, el fin de nuestra civilización e incluso probablemente de nuestra especie. Es un escenario increíblemente dramático y un escenario también cuyas posibilidades de reproducirse son enormes. Varias universidades han hecho escenarios virtuales en los que los tomadores de decisiones terminan escalando la guerra porque, entre comillas, es lo que hay que hacer.

¿Qué opina del argumento que defiende que el armamento nuclear ha evitado un conflicto más grande?

Ese es uno de los argumentos de la hegemonía nuclear y una de las razones por las cuales se mantienen las armas nucleares, lo que se denomina la paz atómica: que la presencia de las armas nucleares ha evitado una tercera guerra mundial. Ese es un argumento que, si lo empezamos a deshilachar, se vuelve un poco absurdo, porque es una aseveración que carece de toda evidencia.

Es el discurso más popular y el que nos hemos tragado absolutamente todos. Y no es casual que se haya difundido esa imagen y ese discurso, porque de esta industria tan multimillonaria que es las armas nucleares, que no solamente incluye el mantenimiento y la modernización, sino también incluye la propaganda y la financiación de think tanks para generar sus argumentos, para alimentarse de los medios y para que la gente tenga ese pensamiento de que las armas nucleares son indispensables para la seguridad y la estabilidad.

¿Y de la declaración del G7 en la última reunión en Hiroshima sobre su compromiso de conseguir un mundo sin armas nucleares?

Que la decisión de Japón de hacer que esta cumbre se diera en Hiroshima ya es algo significativo porque están queriendo contribuir con la estigmatización. Incluso Japón todavía no está listo para firmar el tratado sobre la prohibición. Ahí hay un movimiento que quiere traer a la luz las consecuencias humanitarias. Aunque es un poco retórico, no hay ningún compromiso político real detrás de esta declaración, pero ayuda ciertamente a la estigmatización.

Son muchos los ejemplos de cómo este mecanismo ha funcionado en la historia, por ejemplo, con la abolición de la esclavitud, o mucho más recientemente, con las municiones en racimo o las minas antipersonales que prácticamente no se producen a nivel mundial. Estados Unidos cerró sus últimas fábricas en 2016 sin haber firmado estos tratados porque se quedó sin compradores, se quedó sin inversores y había en el mundo un clima moral de condena hacia estas armas. Entonces por ahí vamos con el tratado.

Es importante, si bien es un poco hipócrita esta postura de condenar las armas nucleares y a la vez defenderlas dentro de sus sistemas de seguridad, pero las están condenando. Y ese discurso es el que tiene que prevalecer sobre el otro, sobre que las armas nucleares sean necesarias. Porque mientras existan las armas nucleares, se van a terminar usando. Es el fin de las armas nucleares o nuestro fin. Debemos tener claro que la única forma en la que vamos a estar seguros es quitándonos estas armas de encima.

¿En qué momento nos encontramos de cara al desarme nuclear?

Estamos actualmente en la universalización del TPAN. Es decir, a ICAN se nos dio el Premio Nobel en 2017 por dos razones: por concienciar al mundo sobre las consecuencias humanitarias de las armas nucleares y por nuestros esfuerzos revolucionarios en conseguir una prohibición de dichas armas a través del Tratado sobre la Prohibición de Armas Nucleares. ¿Cómo funciona? No solamente es una prohibición que ya funciona para muchos países. Por ejemplo, América Latina y el Caribe han conformado la primera zona libre de armas nucleares en una zona habitada y la más amplia. Luego también está en África y otras tres más.

Funciona a través de un proceso que es la estigmatización, mediante el cual se crea una normativa y ese poder normativo hace que se genere un comportamiento internacional que condene las armas nucleares y haga que cada vez sea más difícil apoyarlas, que sea cada vez más difícil verlas como un activo estratégico. Se llama desarme humanitario. Se trata de ver a las armas nucleares por su verdadera cara, con la evidencia, a través de los testimonios de los supervivientes y de todo el daño que han causado y con el daño que podrían causar.

Cuando hablamos del mundo en torno a las armas nucleares, no todo es blanco o negro: países nucleares o países no nucleares. Podemos hablar de una serie de círculos concéntricos. En el círculo más externo están los países que son no nucleares, que no tienen alianzas militares con armas nucleares y que ya tienen una prohibición regional de estas armas, como América Latina y África. Si nos vamos más hacia el centro de esta serie nos encontramos con países que no tienen armas nucleares, pero que tienen presión política por sus alianzas militares con los países que sí tienen armas nucleares, como es el caso de España, de los países de la OTAN y otras alianzas similares. Ya en el centro están los nueve países nucleares y en el puro centro están Estados Unidos y Rusia. Entonces la estigmatización va por capas. Estamos en esta segunda fase, ya hemos conseguido 92 estados firmantes y 68 estados parte.

¿Por qué España no ha firmado el TPAN?

Por la presión política, sobre todo de la OTAN. Pedro Sánchez en 2018 había adquirido el compromiso de firmar el Tratado de Prohibición. Ese compromiso al final no se cumplió precisamente por la razón que nos han dado desde entonces. Porque pertenecen a la OTAN y necesitan ir en línea con lo que dicen. Sin embargo, el tratado propiamente del Atlántico Norte no menciona las armas nucleares. No hay ningún impedimento legal para que un Estado de la OTAN firme el TPAN y siga perteneciendo a la OTAN.

Es una presión política cuyas consecuencias en realidad tampoco son tan claras. Un caso similar fue el de Nueva Zelanda, que pertenece al tratado ANZUS (Australia, Nueva Zelanda y Estados Unidos, por sus siglas en inglés), una alianza de seguridad similar.  Nueva Zelanda ha sido tajantemente antinuclear. Tuvo un periodo donde hubo presión política de parte de Estados Unidos, pero eso no tuvo ninguna influencia sobre la integridad del tratado como tal y sobre las protecciones.

¿Por qué es necesaria una iniciativa como la Alianza por el Desarme Nuclear?

Lo que hace la Alianza es reunir todas las fuerzas que hay y ordenarlas. Canalizar los esfuerzos y las intenciones de organizaciones y de personas para lograr el objetivo de que España firme el TPAN y de concienciar a la sociedad española sobre los riesgos de las armas nucleares y lo que se puede hacer. Pero lo más importante, que a mí me emociona con esta alianza, es el empoderamiento de la sociedad civil. El empoderamiento ciudadano que ahora tiene una cara.

Es una herramienta que se le está dando al público español para que se una de verdad, porque la gente tiene mucho poder aquí, especialmente en una sociedad democrática descentralizada como es España. Ese poder se puede canalizar no solamente manifestándose en favor del tratado y condenando las armas nucleares, sino también uniéndose a la Alianza. Es una fuerza tangible que reúne los esfuerzos de muchísimas organizaciones para exigirle al pueblo español que sea coherente con sus valores.

¿Cree que se conseguirá?

Sí. Es difícil, claro, pero yo estoy en la campaña trabajando muy activamente desde 2012 y entonces los países no hablaban de prohibición, mucho menos de un tratado de prohibición. La palabra prohibición era casi un tabú. Ver cómo evolucionamos desde 2013 a 2017, negociar un tratado de prohibición y que luego ese tratado esté cogiendo cada vez más fuerza me da mucha esperanza, a pesar de todo el escepticismo y de todas las barreras que tuvimos. Y claro que considero que el desarme nuclear es posible, lo digo con un optimismo que es realista a su vez, porque el cambio únicamente se hace de la mano de las personas que creen que ese cambio es posible. Y el cambio lo estamos haciendo. Tenemos un avance tangible en la condena de las armas nucleares en la normativa de la prohibición. Así que sí, definitivamente lo vamos a conseguir.



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