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China renuncia a estímulos monetarios pese al riesgo de ‘japonización’ de su economía


China comienza a languidecer. Así se atisba desde los centros de análisis económico, donde ven el agotamiento de su modelo productivo, que llevó al gigante asiático a disputar el liderazgo mundial a EEUU tras cuatro décadas de crecimiento ininterrumpido.


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Esta presunción no resulta inocente. De hecho, alguno de estos analistas cataloga a China como una economía japonizada, en alusión a los tres largos decenios en los que el PIB japonés navegó sin pulso, con reiteradas recesiones de más o menos calibre y a merced de la deflación. Los sucesivos gobiernos liberales o conservadores de Tokio no fueron capaces de espolear el consumo y la inversión, pese a los extraordinarios y continuos estímulos fiscales y monetarios que pusieron en liza.

Ahora, Japón, ha cambiado el paso y se adentra por fin en una fase de incipiente esplendor que contrasta con la primera gran encrucijada económica de China en tiempos recientes. El líder político Xi Jinping y el equipo económico de su gobierno, que dirige personalmente el primer ministro, Li Qiang, tratan de resolver la situación con vistas a prolongar la espectacular aportación china al PIB global, que llegó al 20% en el último decenio, según el FMI.

El repentino deterioro de su propulsor productivo aleje al gran mercado emergente del objetivo de dinamismo anual del 5%, ahora soterrado. China se encuentra en el centro de una dialéctica del mercado que lo coloca como el nuevo enfermo mundial. A la vez, Xi Jinping trata de que su país no pierda impulso en el órdago lanzado a EEUU por la hegemonía mundial en todos los órdenes -desde el económico, al monetario, el energético o el innovador, entre otros-. A la encrucijada económica se une el voltaje geopolítico, activado por la ausencia de Xi Jinping en la cita del G-20 de la próxima semana en Nueva Delhi tras el roce diplomático con India por viejas reivindicaciones fronterizas.

Percepción de deterioro económico estructural

Al régimen de Pekín nunca le ha temblado el pulso a la hora de dopar a su modelo productivo y menos en coyunturas económicas o geopolíticas excepcionales. Lo hizo a raíz del colapso crediticio de 2008 y durante la pandemia, lo que le permitió superar a sus rivales occidentales en 2020. Fue la única gran economía global, junto a Vietnam, en dar esquinazo ese año a la recesión.

El reto pendiente de la “nueva era del socialismo chino” es rebasar el tamaño del PIB EEUU en 2035, al que ya dio carta de naturaleza Deng Xioaping, y al que ahora Xi quiere acelerar con más nacionalismo y una vigilancia más férrea desde el partido. “Es el control total”, avisa Victor Shih, profesor de la Universidad de California, ya que “todos los cargos del PCCh recibirán y ejecutarán órdenes con sello presidencial” a los que se exigirá -recalca- “una hoja de servicios cargada de méritos”.

Esta puesta en escena, en cualquier caso, no será fácil. En opinión de no pocos observadores, se topará con un doble desafío: una interna, vinculada a su habilidad para mantener la paz social en un país superpoblado y otra, externa, sobre la capacidad del gigante asiático para dominar el orden mundial. Y en ambas, las potencias occidentales estarán al acecho y en estado de alerta.

Las sombras de estos dos retos ya se adivinan. La economía china, de 19 billones de dólares, está en desaceleración, con un crecimiento anualizado del 3,2% entre abril y junio y una demanda interna, el pilar sobre el que Xi ha querido asentar la actividad china en el último decenio a la deriva.

A la decepción del dinamismo interior se une que gran parte de sus rúbricas del PIB transmiten anemia, incluido su poderoso sector exterior. Los precios no despegan, más de uno de cada cinco jóvenes está fuera del mercado laboral y el yuan en devaluación controlada por el banco central hasta cambiarse a 7,1 unidades por dólar, su nivel más reducido desde 2007.

Por si fuera poco, Country Garden Holdings, una de sus mayores inmobiliarias, con más de 3.000 proyectos en curso, acaba de eludir in extremis su quiebra y el Zhongzhi Enterprise Group, uno de los emporios calificados como bancos en la sombra por otorgar créditos blandos, registra pérdidas millonarias en varios de sus carteras, lo que ha desatado el pánico bursátil por contagio de activos tóxicos en el sector. En el caso de la inmobiliaria Evergrande, la posibilidad de quiebra ha reaparecido a lo largo del verano, en el que se han presenciados fugas de capital puntuales.

La sensación es de que el motor de China se ha agotado tras la pandemia por las tensiones geopolíticas y por la perspectiva de que pueda desencadenarse otro tsunami inmobiliario que arrastre a la industria financiera. Como recuerda Björn Jesch, CIO en DWS Investment, el ratio de deuda de China ha superado a la de EEUU. El mercado asiático ha dejado de ser el prestamista de última instancia de la era posterior a la crisis de 2008, debido a que los créditos blandos auspiciados por Pekín hacia el sector inmobiliario dejaron pérdidas de entre el 37% y el 42% del PIB en 2022, afirma Diana Choyleva, de Enodo Economics.

Guerra comercial abierta

Este cóctel aleja a China de su órdago a la hegemonía mundial. Bloomberg Economics acaba de reducir al 3,5% su ritmo de crecimiento hasta 2030, al 2,8% hasta 2040 y en torno al 1% hasta el ecuador del siglo, lo que “eclipsa” sus ambiciones de consumar el sorpasso a EEUU a corto plazo. Sobre todo, por el riesgo de que colapse su sector privado con la guerra comercial abierta desde la Casa Blanca y seguida por el conjunto del G-7 y que podría trasladarse al área de las materias primas metálicas y los minerales raros en octubre.

Raphael Thuin, de Tikehau Capital, advierte de la japonización económica de China. Al igual que Goldman Sachs, que deja traslucir un aterrizaje inmobiliario más o menos brusco que restaría 1,5 puntos al PIB el lustro en curso. Los analistas del banco de inversión norteamericano alertan de la resistencia de Xi al empleo de estímulos económicos, que achacan a su temor al repunte desorbitado de la deuda y a una aversión a que se implante un consumo de estilo occidental, con elevados picos de gasto y profundos baches de ahorro.

De momento, aseguran en John Hancock Investment Management, Pekín cree en las rebajas de tipos -táctica divergente las de EEUU, Europa y Reino Unido-, para frenar el riesgo deflacionista. Es la otra cara de la japonización, a la que la secretaria del Tesoro, Janet Yellen, también concede credibilidad y a la que cataloga de “peligro latente” porque contribuye a que la economía china sea una “bomba que ha empezado la cuenta atrás”.



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