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Ayuso finge no temer a ómicron mientras avisa sobre el «gran apagón» imaginario


El Reino Unido registró este jueves 88.376 nuevos contagios por Covid. En un solo día. La cifra supone un récord con 10.000 casos más que el día anterior, que a su vez había sido otro récord, y un salto del 67% sobre la anterior cifra máxima que se remonta a hace dos semanas. Los consejeros científicos que asesoran al Gobierno advierten de que el aumento de casos por la variante ómicron va a ser espectacular y que existe el riesgo real de que coloque a la red hospitalaria en una «situación de serio peligro».

En Dinamarca, el récord de contagios se ha batido por cuarto día consecutivo. Los 9.999 casos registrados el jueves son también una cifra nunca alcanzada y un incremento del 128% con respecto a hace tres semanas. En casi toda Europa la sensación de alarma se extiende. En el plano individual, siempre que la gente esté vacunada, no parece que el riesgo para la salud sea tan grande como en 2020, pero colectivamente el miedo está justificado. Vuelve el temor a que hospitales y sistemas de salud se vean desbordados.

En toda Europa, pero no en toda Europa. Como sabemos, hay una aldea no gala –en realidad, tampoco es una aldea– que se resiste a seguir los criterios extendidos en la mayoría de los países, por los que un aumento repentino de los contagios obliga a adoptar medidas que limiten los contactos sociales. Evidentemente, es la Comunidad de Madrid, donde su presidenta nunca renunciará a su idea de que la economía es tan importante como la pandemia y de que un exceso de restricciones coarta la libertad de los ciudadanos. De los que no se mueren, claro. Las 16.000 personas que han fallecido en Madrid, según los datos oficiales confirmados, no están en condiciones de ejercer esos derechos.

En otras ocasiones, el calendario había aparecido para echar una mano a Isabel Díaz Ayuso. Esta vez, ha sido al revés. El aumento de contagios ha coincidido con la última de las andanadas que se disparan en la guerra fraternal entre Ayuso y Pablo Casado por el control del partido en Madrid. La última es por algo tan mundano como la celebración de cenas de Navidad. La presidenta madrileña tuvo que aceptar a regañadientes el veto impuesto por Génova y lo consideró una desautorización de la política sanitaria aplicada por su Gobierno.

Con la alarma causada por las noticias sobre ómicron y el aumento repentino de infecciones después de varios meses de tranquilidad, Ayuso apareció como alguien desconectado de la preocupante realidad y absorbida por su ego.

Ha sido un argumento habitual en la oposición a su Gobierno. La diferencia es que esta vez varios presidentes regionales del PP se colocaron cerca de Génova en el misterioso caso de las cenas navideñas. El murciano López Miras apeló al «sentido común» –lo que puede sugerir que escasea en los líos del PP de Madrid– para justificar la cancelación de estos eventos. Su frase «es muy importante no contagiarse para ser libres» sonó directamente a choteo. El castellano-leonés Mañueco comentó que en su comunidad ya habían adoptado la decisión de cancelar las cenas. El gallego Núñez Feijóo ha ido en la misma línea sin darle dramatismo, pero calificando de sorprendente que un asunto tan liviano como las cenas sirva para atizar el «ruido» de esta crisis en el partido.

Como si la realidad estuviera conspirando contra ella, el jueves surgió la noticia del contagio de un concejal del PP en la localidad madrileña de Arganda, que estuvo en una cena de Navidad el pasado viernes a la que asistió Ayuso. Lo primero que hizo ella fue el clásico ‘no sé de quién me habla’: «Es una persona con la que ni siquiera recuerdo haber estado cerca». Eso es todo un bajón para el pobre concejal, que suma ahora al contagio el desdén de su presidenta. Lo segundo, intentar restar importancia al hecho y su relación con las cenas que se había empeñado en celebrar. «Hacer un circo de cada contagio no nos sirve de nada», dijo.

En el apartado de noticias no políticas, pero con un impacto incluso mayor, el Real Madrid anunció en dos días el positivo de seis de sus jugadores. Seguro que la directiva del equipo no piensa que se trata de un circo al que no conviene prestar demasiada atención.



Hablando de circos, esta semana se ha producido una decisión del Gobierno madrileño que habrá sido muy celebrada por el equipo del programa televisivo de Iker Jiménez. El Gabinete de Ayuso aprobó un protocolo de actuación en relación a un hipotético «gran apagón». Curiosamente, el Gobierno que niega algunas evidencias científicas suscritas por la mayoría de gobiernos europeos en relación a la lucha contra la pandemia ha decidido de repente dar pábulo a una teoría de la conspiración que ha sido alentada desde medios de extrema derecha y programas televisivos sensacionalistas, además de Vox.

«La posibilidad de un apagón a gran escala por desabastecimiento energético no es una idea descabellada, según los expertos», dijo el miércoles Enrique López, consejero de Presidencia. En realidad, ocurre lo contrario. La capacidad de producción eléctrica española es más del doble que el récord de consumo histórico, para el que hay que remontarse a 2007. Varios expertos tachan de «invento de novela de terror» la amenaza de este apocalipsis eléctrico.

Países como Austria o Alemania son muy dependientes del gas ruso, pero por otro lado tienen asegurado el suministro porque Moscú también necesita vender su gas. Otra cosa es que un Ministerio de Defensa cuente con planes de contingencia para cualquier situación potencial de riesgo, excepto quizá la llegada de extraterrestres e incluso es posible que la tenga en este último caso.

¿Cómo es posible que el Gobierno de Ayuso ampare iniciativas como esta con las que, dicen, no pretenden alarmar a la gente? Cuando admiten que no tienen «datos objetivos» que la sustenten. En primer lugar, dejar en evidencia al Gobierno central y a la propia dirección nacional del PP, que no se han movilizado ante la hipotética amenaza. El objetivo último es encontrar un titular irresistible que además suene atractivo a los votantes de Vox. Se trata de una parte del electorado, que no existe solo en España, que está en contra de casi todo lo que ocurre en la política, que cree que la sociedad está cayendo por un precipicio porque nada es como antes, como cuando no había inmigrantes, las mujeres se quedaban en casa cuidando de los niños y los jóvenes no eran maleducados con sus mayores y no tomaban droga.

Esa realidad tan idílica como ya inexistente se acomoda a la perfección con las teorías que no achacan el supuesto declive a cambios socioeconómicos inevitables, sino a las conspiraciones en las que están inmersas las «élites globalistas» –en las que no faltan judíos, qué casualidad–, las feministas, los ecologistas o todo partido que huela a izquierda.

El resultado de ese complot suele ser trágico, como la idea de que los gobiernos fomentan la inmigración de negros para que haya menos blancos –es una de las ideas básicas del ultraderechista francés Éric Zemmour–, o ese mismo concepto del «gran apagón», que sería producto de las políticas ecologistas al servicio de esa gran mentira que es el cambio climático y que acabaría con la civilización tal y como la conocemos.

Esa es una de las razones por las que los votantes de Vox tenían mejor opinión de Díaz Ayuso que de su propia candidata, Rocío Monasterio, en las últimas elecciones. Ella les suministra la materia prima que les entusiasma y que confirma sus prejuicios. Para los demás, están un poco locos o son unos extremistas. Solo ella les comprende.



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